Última actío
José de Diego
“Colgadme al pecho, después que muera,
mi verde escudo en un relicario;
cubridme todo con el sudario,
con el sudario de tres colores de mi bandera.
Sentada y triste habrá una Quimera
sobre mi túmulo funerario…
será un espíritu solitario
en larga espera, en larga espera, en larga espera…
Llegará un día tumultuario
y la Quimera, en el silenciario
sepulcro erguida, lanzará un grito…
¡ Buscaré entonces entre mis huesos mi relicario !
¡ Me alzaré entonces con la bandera de mi sudario
a desplegarla sobre los mundos desde las cumbres del Infinito!”
Distancia (fragmento)
Juan Antonio Corretjer
“- La Patria es la hermosura
con que iergue su mágica escultura
la letra, el libro, el verso,
y, vestida de gloria,
verla cruzar la historia
hasta la plenitud del Universo.
– Tomar su cardiograma
y ver cómo le inflama
la salud los rubores.
Besarle su bandera,
soñarle su quimera,
amarle sus amores.”
Comienzo con el poema «Última actío» de José de Diego, seguido por un fragmento del poema «Distancia» de Juan Antonio Corretjer, como exordio para significar y subrayar la relevancia de la bandera de Puerto Rico, como símbolo identitario de nuestra puertorriqueñidad.
No son pocos los escritores y compositores, que a través de sus letras han evidenciado, más allá de una evocación romántica, su vehemente defensa de la insignia nacional, como símbolo distintivo de este pueblo.
Sin embargo, resultaría razonable indagar sobre los efectos que produce en el ser humano, un pedazo de tela sobre un asta. ¿Qué la convierte en algo tan especial?, ¿por qué se constituye en un símbolo y cuál es su fin práctico, más allá de las concepciones románticas y de la propia poesía?
Los sicólogos plantean que para que un símbolo tenga validez, el área de congruencia debe ser compartida por los objetos inmersos en una recíproca relación simbólica, por eso cada vez que usamos o vemos el símbolo, nos referimos a ambos objetos. Por ello, cuando vemos izada la mono estrellada, sentimos que ese símbolo representa nuestra patria y por consiguiente, nos representa a nosotros como puertorriqueños.
Entonces; ¿Cómo fue que nuestra bandera se convirtió en el símbolo de los puertorriqueños? (A excepción de aquellos que la desconocen, guiados por aspiraciones espurias, negándose a sí mismos).
Pues habría que ir un poco sobre la historia y los asares de este pueblo en su propia búsqueda.
Esta oportunidad que me brindan de dirigirme a ustedes con motivo de la celebración del día de la bandera de Puerto Rico, que hoy arriba a sus 130 años, me seduce a hacer una retrospección sobre aquellos aspectos que consagraron esa bandera como símbolo nacional. Desde luego, mi reverencia y devoción a mi bandera, no me permite participar de este acto, como si fuera un evento social más. Tampoco el respeto que me merecen los patriotas, que aunque lejos de mi generación, han sido dechados de desprendimiento y abnegación y constructores de nuestra patria.
Por eso saludo con el más hondo respeto esa bandera que engalana orgullosa este espacio. Quiero aclarar, que independientemente de la gradación del azul de su triángulo, con el cual algunos sectores han levantado argumentos para tratar de desvirtuar su concepción original, debe quedar inequívocamente claro, que nuestra enseña fue diseñada invirtiendo los colores de la bandera cubana.
La bandera que hoy conocemos como la nuestra, fue aprobada en medio de una asamblea constituida el 22 de diciembre de 1895, en el seno del Partido Revolucionario cubano, Sección de Puerto Rico en la ciudad de Nueva York. Allí, estuvieron presentes varios líderes independentistas puertorriqueños que luchaban desde el exilio, por liberarse del yugo colonial de España.
Hoy día, luego de más de un siglo, aún se esgrimen tres teorías sobre la identidad del diseñador de la bandera, cuyos nombres son, Antonio Vélez Alvarado, Francisco (Pachín) Marín y Manuel Besosa.
Luego de su primera aparición en la intentona libertaria ocurrida en Yauco en 1897, la bandera no volvió a aparecer hasta que don Pedro Albizu Campos la incorporó a sus actividades políticas
Pero esa bandera tardó más de medio siglo en ser izada como enseña de nuestra nación. Anduvo peregrinando en el olvido, fue proscrita y sentenciada a desaparecer con el encarcelamiento como escarmiento para aquellos que osaban ondearla en sus residencias o automóviles.
La violencia del estado fue modificando sus acciones pero su pretensión de promover el disloque de la relación del pueblo con su bandera como símbolo patrio, era evidente. Aún en la década de los 80, la policía multaba al que llevara en el auto algún pegadizo o emblema con la bandera de Puerto Rico.
Este fue un país sin bandera, y estuvo oculto ante los ojos del mundo, pero sobre todo y peor aún, oculto ante los ojos de sus propios habitantes. Como evidencia bastaría mencionar que la primera delegación olímpica de Puerto Rico, en los XIV Juegos Olímpicos en Londres de 1948, marchó con un paño blanco como bandera y el escudo de Puerto Rico.
Tal vez muchos de los que escuchan, piensen que esto es un dato remoto de nuestra historia, pero seguramente aquí, hoy, también hay otros tantos que nacieron en ese país que no tenía bandera. No es hasta que en 1952, el gobernador Luis Muñoz Marín, por fin le otorga un asta donde pudiera ser enarbolada y reverenciada como enseña oficial de Puerto Rico.
Como pueden ver, nuestra bandera tiene una historia de luchas intensas y ha prevalecido y resucitado en todos aquellos que la valoran y la honran, como aquellos
buenos puertorriqueños que sufrieron la represión del estado, las masacres, la prisión, el descrédito y las más burdas acusaciones. A ellos en esta hora, vaya este sencillo homenaje por la sublime temeridad de persistir y darnos con su libertad y hasta con su sangre, como precio, esta sagrada bandera. A los nacionalistas, debemos que hoy tengamos bandera. Por eso, cada vez que celebramos este evento es un acto de justicia recordar la deuda histórica contraída con los hombres y mujeres que mantuvieron vivo nuestro pabellón, a riesgo de sus propias vidas.
Porque en cada brazada que levanta esta bandera hay nombres de patriotas que murieron y quedaron en el lado silencioso de la historia. Por eso es necesario recordar los sucesos que nos han traído a esta celebración , que anualmente nos junta.
Por toda esta relación de hechos, que de manera sucinta he descrito, nuestra bandera es el símbolo que muestra la reafirmación de una nación ética y moralmente constituida, como la nuestra.
Aquí hay una nación que mira su estrella sobre diversos azules, y desde luego que yo también tengo mi azul preferido y respaldo a don Antonio Vélez Alvarado, como su diseñador, pero ello no es óbice para celebrar juntos el valor histórico de nuestra bandera como símbolo de nuestras luchas y espejo de nuestra identidad colectiva.
Nuestra bandera debe ser una evocación de los mejores valores de esta sociedad, consagrada y cimentada en la esperanza hostosiana. Debe ser una convocatoria de unidad, solidaridad y reflejo de una nación que se junta para superarse con orgullo y dignidad.
Que cada vez que veamos izar nuestra bandera, nos elevemos juntamente con ella con amor patriótico, aún cuando los conceptos relativos a la voz «patria» parezcan no estar a la moda y se miren hoy día con cierto desdén.
Finalmente hago un llamado a las nuevas generaciones. Nuestra bandera tiene que encontrar asidero en el pecho de nuestra juventud, para juntos, darle continuidad a nuestro proyecto de país.
Jóvenes, los símbolos no pueden ser estáticos, porque se anquilosan, y así también los pueblos. Los símbolos tienen que seguir vibrando, ondulando, tremolando como esa bandera cuando se enfrenta al aire. Esa es la metáfora de un pueblo que arrostra las adversidades. Por eso la bandera se lleva en lo más alto, allí donde la veamos ondear y que nos recuerde que tiene que estar en los reclamos de justicia, en la búsqueda de la equidad, en la condena a la corrupción, pero también en las fiestas de las calles, donde se ganan las batallas. Los pueblos son como sus símbolos y los símbolos, como sus pueblos.
Amigos míos, la mono estrellada, hay que llevarla arraigada en lo más interno de nuestro ser. Que nuestros deportistas, los artistas, los científicos, los poetas, los escritores continúen enarbolando nuestra bandera en los confines del mundo.
Para juntos decir con Juan Antonio Corretjer:
«La Patria es la hermosura
con que iergue su mágica escultura
la letra, el libro, el verso,
y, vestida de gloria,
verla cruzar la historia
hasta la plenitud del Universo.
– Tomar su cardiograma
y ver cómo le inflama
la salud los rubores.
Besarle su bandera,
soñarle su quimera,
amarle sus amores.»
y como José de Diego:
«¡Buscaré entonces entre mis huesos mi relicario !
¡ Me alzaré entonces con la bandera de mi sudario
a desplegarla sobre los mundos desde las cumbres del Infinito!»
Hermano puertorriqueño, siente orgullo por tu bandera, que este pueblo y su historia han sido construidos con dignidad, tesón y patriotismo.
¡Viva la bandera de Puerto Rico!
Por Luis Enrique Romero
22 de diciembre 2022